Cuando alguien
nos pregunta como estamos o como nos sentimos a menudo tardamos unos segundos
en responder. Este tiempo es necesario para acudir a la mente y que ella haga
lo que mejor sabe hacer: buscar una imagen pasada, comparar, juzgar y luego etiquetar.
Lo hace muy rápido y acostumbra a
hacerlo muy bien, ya que adapta la respuesta a nuestro interlocutor, le da la
forma adecuada según las circunstancias y emite un verdadero juicio de valor
sobre nosotros mismos y nuestro entorno; todo en cuestión de un instante. En
este eficaz engranaje existen, sin embargo, algunas cosas que fallan. La mente
tiende a homogeneizar y polarizar la información, es decir, a reducirla en
términos opuestos: bueno-malo, mejor-peor, agradable-desagradable, etc. Para
ello necesita poner en un mismo plano la experiencia presente y las imágenes
del pasado, pero en la experiencia presente hay algo cualitativamente distinto
de las imágenes que tenemos del pasado y a la mente se le escapa.
La experiencia
presente es puro movimiento sin imagen; el pasado, en cambio, es un conjunto de
ideas fijas que nos hemos formado y que usamos como referencia, como “punto de
apoyo”, configurando nuestros hábitos, nuestras creencias y nuestra auto-imagen.
Siempre que hablamos
de consciencia hablamos de consciencia presente. No existe la consciencia
pasada, ella es siempre presente porque es el puro movimiento, el puro fluir.
Incluso cuando recordamos algo, la consciencia se mueve, y es necesario que lo
haga para “revivir” el pasado. Así hacemos presente lo que ya fue y lo modificamos,
adaptándolo a nuestras necesidades actuales.
Preguntar como nos
sentimos es preguntar sobre el presente, sobre el movimiento que esta
verdaderamente ocurriendo y al que todavía no podemos dar ni forma ni nombre;
en el momento en que lo hagamos ya será pasado. Entonces la mente yerra en su
esfuerzo y será mejor escuchar y guardar silencio, que el cuerpo hable y que
fluya el movimiento.
Uno de los
primeros pasos del yoga, así como de otras técnicas que implican la consciencia corporal como pueden ser la
danza o las artes marciales, es aprender a percibir el propio movimiento, el
propio presente, esta amalgama de cuerpo-consciencia que somos. Se trata de un
movimiento complejo, cambiante y siempre nuevo que incluye la actividad de
todas las células de nuestro cuerpo, los flujos internos, los latidos, las
respiraciones, los pensamientos, las emociones, las percepciones… Se trata de
llevar la consciencia hacia el interior, hacia el cuerpo, y así descubrimos que
también el cuerpo es una sensación que fluye, un movimiento, y que es falsa esa
imagen fija e inerte que nos habíamos construido de él. Se trata de descubrir
que no es posible poner límites al cuerpo. Los límites se crean en la
cabeza; el cuerpo es abierto, sensible, vulnerable, inteligente, sin juicios.
Es en el cuerpo donde descubrimos lo que es la vida.
En la reunión
con la vida que fluye comienza la práctica del yoga.