La Luna es el cuerpo celeste más
cercano a la tierra y es innegable la influencia que ejerce sobre ella. Causa las
mareas, que son las subidas y bajadas del nivel de los océanos, ejerciendo en
general un influjo sobre los elementos fluidos del planeta, incluyendo a la
atmosfera. Por ello, suele vincularse a los afectos y emociones, a los que
muchísimas culturas relacionan con el agua. También se asocia a la
feminidad, la sensibilidad y el inconsciente.
En la tradición
védica, substrato cultural de la
India, remite a MANAS, la mente (que incluye
pensamientos y sentimientos), la cual refleja la luz del BUDDHI, el intelecto,
relacionado, a su vez, con el Sol.
En el yoga CHANDRA (nombre de la Luna en sánscrito) y SURYA,
el Sol, representan la dualidad que la práctica debe integrar. HA y THA también significan Sol y Luna, de
ahí la denominación de Hatha Yoga. En la anatomía sutil del yoga encontramos, además, un pequeño centro
energético en el lado izquierdo del abdomen llamado CHANDRA CHAKRA y también
aparece en la representación simbólica de SVADISTAN, el segundo de los siete
chakra principales.
En la tradición
del Occidente clásico, que se mantuvo durante la
Edad Media, la Luna dividía el cosmos entre
el mundo llamado sub-lunar, terrenal e imperfecto, y el mundo supra-lunar, donde
se encontraban las esferas perfectas de los astros. Era, pues, una especie de
mediadora, como lo es la mente, a través de la cual es posible el conocimiento.
La Luna pasa de la plenitud a la
oscuridad todos los meses. Aparece, crece, se muestra, se oculta, decrece,… De
este modo nos recuerda la dinámica cíclica del tiempo sobre todas las cosas. El
ir y venir de nuestros pensamientos es cíclico y también lo es la producción de
determinadas hormonas que regulan el sueño, nuestros estados de ánimo y nuestros
ciclos vitales, siendo el caso paradigmático el de la menstruación en las
mujeres.
Todo sigue este ritmo que es la vida misma en su continuo nacer y renacer, como un latido.
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