Hay una verdad sobre la que el pensamiento y el sentir orbitan, como satélites tratando de captar una frecuencia olvidada. Esa verdad es tan evidente como escurridiza algunas veces y viste muchos nombres; emerge, se esconde, se racionaliza, se explica y se cree(a). En general la podemos llamar espíritu o consciencia.
Cuando empiezas a meditar reconoces los patrones de pensamiento, las imágenes, las emociones y las sensaciones que aparecen, pero, en seguida, se hace evidente algo más simple sin lo que todo lo demás no existiria: Eres consciente. Todos estos contenidos y fenómenos se dan en el marco de una interioridad, de un espacio que a veces llamamos presencia otras veces consciencia y que mantiene una relación especial con otro lugar, aun más misterioso, al que, desde las investigaciones de Freud a principios del siglo XX, llamamos inconsciente.
¿Qué es ser consciente? En un sentido, poco más que una suerte de continuidad entre las imágenes y el diálogo interno, un hilo conductor; o quizá una fuerza que da significado y vida, que crea y atestigua simultáneamente. Desde el pensamiento moderno en seguida se nos aparecerá la idea del "yo", pues no concebimos consciencia sin ego, sin esta idea autoreferente. Pero se trata de un concepto algo problemàtico cuando abordamos la introspección, sobre todo cuando vamos un poco más allá de la pura racionalidad y juego de las ideas, que es lo que sucede en la práctica la meditación o cuando nos aproximamos a las filosofías antiguas, cuyo marco de referencia es muy otro. De hecho, algunos de los problemas más comunes con los que una persona educada bajo el canon de Occidente se encuentra es esta idea de ser un sujeto o "yo" separado del mundo. Este marco o paradigma, usando la terminología de Thomas Khun, es algo muy propio del pensamiento moderno, heredero de la revolución científica y el racionalismo cartesiano, pero no fue siempre así. Hubo un tiempo ancestral en que el ser humano concebía un mundo vivo y consciente en dónde fuerzas cargadas de intención y de significado (dioses, devas, espíritus, genios, aliados...) regían y acompañaban los acontecimientos, los ciclos y la vida tanto de la humanidad como de la naturaleza. De aquella visión del mundo hay todavía múltiples ejemplos en culturas en las que no ha habido ruptura con esta clase de conocimiento y movimientos que, tras la crisis que la revolución industrial y la cultura de masas supuso, buscan un retorno a un cosmos más lleno de sentido para vivir mejor. Y es que parte del interés que nos despierta la espiritualidad y las visiones orientales o indígenas tiene que ver con una necesidad de dar sentido a un mundo del que la propia razón nos ha apartado.
En la visión primordial o ancestral, el yo o sujeto forma parte del mundo participando del mismo, formando un contínuo de consciencia. La naturaleza tiene inteligencia y alma y las relaciones con la misma son a través del símbolo, la analogía y el ritual, formando parte de la realidad cotidiana. No hay ruptura entre uno mismo y el mundo y éste posee interioridad, no habiendo tampoco una escisión entre alma y cuerpo, mundo físico y mente.
En contraposición, la visión moderna traza una línea clara entre el yo y el mundo. La consciencia pertenece únicamente al sujeto individual, que quedará como encerrado en su propia subjetividad; y el mundo, vacío de significado, se presenta como una colección de objetos con los que únicamente se puede mantener una relación instrumental, de uso.
Así es como se llega a situar al ser humano por encima de la naturaleza y los demás seres del mundo y se procede a una serie de relaciones de expolio y "falta de empatía" planetaria que nos ha conducido a múltiples desastres ecológicos, socioeconómicos y psicológicos.
La búsqueda espiritual que muchas personas iniciamos tiene mucho que ver con un anhelo de retorno a un cosmos más vivo y significante, volver a hacer del mundo un hogar. Tener un lugar, formar parte de un plan, una idea de destino, un objetivo, un propósito; hallar paz y equilibrio... Se expresa de muchísimas maneras, algunas más místicas, otras más mundanas, pero finalmente este impulso viene a querer mover esas paredes del yo en la que nos hemos encerrado desde hace siglos. Ese pacto recurrente que nos aísla y nos hace vivir la llamada "soledad existencial" y el anhelo de trascendencia parece que ya no pueda sostenerse mucho más. Miramos hacia atrás, hacia ése pensamiento ancestral y las sabidurías antiguas, para ir hacia adelante, para hacer coherente un Universo cada vez más mágico e infinito, un mundo que se polariza una sensibilidad que puede abrirse en todos y cada una de nosotros. La meditación es una puerta perfecta para ahondar en este amado desconocido, aunque seguro se abrirán muchas más :)