De todas las divinidades del panteón hindú, que no son pocas, las más queridas por los yoguis y las yoguinis son seguramente, la pareja Shiva/Parvati o Shiva/Shakti, que, en términos metafísicos, representan por un lado la Consciencia y por otro la Energía o Poder. Algunas veces se los representa como un solo ser, mitad Shiva, mitad Shakti, juntos son los dos aspectos que sostienen, crean, destruyen y dan vida al Universo. De hecho, cuenta la leyenda que el yoga llegó a los seres humanos a través del sabio Matsyendra que, convertido en pez, escuchó de escondidas a Shiva enseñarle los secretos del yoga a su esposa Parvati. De este modo la enseñanza divina llegó a nuestras mundanas manos y Shiva y su consorte fueron los guías y maestros de quienes la practicaban.
Al sabio Matsyendra se le dedican las posturas Matsyendrasana y Matsyasana, la torsión sentada y la postura del pez. Pero, en lo que simbología refiere, las más conocidas son las llamadas posturas del Guerrero I, II y III, o Virabhadrasana I, II y III, que precisamente tienen mucha relación con esta pareja fundacional a la que se atribuye el origen del yoga.
Cuenta la historia que Sati (Shakti), la hija menor del rey Daksha, desde muy niña sintió una inclinación especial por Shiva y le entregó su corazón, algo que no complacía a su padre, ya que este esgrimía unos valores muy conservadores, ajenos a la naturaleza libre de Shiva. Tanto era así que al swayamvara de Sati, ceremonia tradicional en la que se reunían los pretendientes a una doncella para su elección, Daksha invitó a todos los príncipes y devas exceptuando únicamente a Shiva. Sati, por su cuenta, movida por el amor, lanzó su guirnalda al aire, pidiendo a Shiva que la recibiera y éste apareció en medio de la corte con la guirnalda puesta, de modo que el rey Daksha no tuvo más remedio que permitir su unión, retirando, eso sí, cualquier afecto que pudiera quedar a su hija. Se dice que la feliz pareja fueron a vivir a la isla de Bhoga, o isla del placer, pero que un día el rey volvió a reunir a todos los reyes, príncipes y devas para un importante sacrificio (el de un caballo), de nuevo omitiendo a Shiva y a su hija en la convocatoria. Sati se sintió tan apenada y deseó tanto volver a ver a sus padres que convenció a Shiva para asisitir de todos modos. Al llegar el cruel Daksha empezó a burlarse de ella, por aparecer sin haber sido invitada y a insultarla a ella y a su marido. Tanto enfureció y dolió esto a Sati que se prendió fuego por su propio yogagni, su fuego interior (en otra versión del mito se sienta a meditar e igualmente prende en llamas).
Al enterarse Shiva de lo sucedido, preso de la ira y la tristeza, se arranca un mechón de su larga cabellera y lo golpea contra el suelo. Tanto Virabhadra, el feroz guerrero, como Rudrakali, la diosa destructora, nacen de este mechón y de la cólera de Shiva y son aspectos de este. Se dice que Virabhadra era realmente temible, alto y oscuro como nubes de tormenta, con tres ojos y cabello ardiente. Rudrakhali tiene su propia historia, que veremos más adelante. También se atribuye a Virabhadra ser el destructor de Ajñana, la ignorancia o falta de conocimiento. Así, esta encarnación de la furia de Shiva va en busca del rey Daksha para darle muerte y vengar a Sati. Las tres posturas que llevan su nombre representan respectivamente el momento en el que Virabhadra alza su espada (Guerrero I), apunta con ella a los presentes (Guerrero II) y finalmente decapita a Daksha (Guerrero III).
Una vez Virabhadra ha sido reintegrado en Shiva, éste siente compasión por el mezquino rey y lo revive colocándole una cabeza de chivo. Sati, por su parte, reaparece en otro hermoso mito encarnada en Parvati y se reúne de nuevo con Shiva, pero esa es otra historia que merece ser contada en otra ocasión con más detalles.
Simbología e intepretación del mito:
Todos los mitos tienen infinidad de interpretaciones y ningún significado los agota, sin embargo podemos aventurar que, en este mito, el rey Daksha representa la mezquindad y la bajeza del ego, o aquél aspecto de la psique que sólo mira en propio beneficio, movido por el temor o por otros afectos primarios. Sati representa la pureza del corazón, el amor y la devoción, mientras que Shiva representa la consciencia o el aspecto más espiritual o elevado. Varios momentos de la historia pueden llamarnos la atención; el hecho de que Sati entre en llamas, por ejemplo. Hay que entender que el fuego, en la antigua India era un elemento fundamental en los ritos, sacrificios y prácticas espirituales. En cualquier templo (y aun hoy en día) había un fuego que no se apagaba nunca y, de igual modo, se consideraba que el fuego de la devoción, capaz de purificar el cuerpo y el alma (tapas) se hallaba en el interior de cada ser. Tan potente era el fuego interno de Sati que podemos entender que en su autocombustión le permite trascender este mundo demasiado cruel. La ira sublimada de Shiva, por otra parte, se transforma en un guerrero capaz de decapitar estos aspectos bajos y primarios del ego. No es una ira que remuerde o envenena, es una ira que se expresa y cobra la forma de una acción que es otro sacrificio. Finalmente Shiva siente compasión por la bajeza de ese ser, pero al colocarle la cabeza de animal, nos recuerda su aspecto instintivo y poco elevado. El mito nos habla de la necesidad de vivir desde los aspectos más elevados de nosotros mismos, aunque ello implique, de un modo más o menos crudo, más o menos evidente, hacer algún sacrificio, entendido éste como purificación o trascendencia de los aspectos bajos.
Las Asanas
Volviendo a nuestro Guerrero y sus tres momentos de acción, veamos ahora estas tres posturas tan queridas y practicadas en casi cualquier variante del hatha yoga. Las tres son posturas de pie y que nos conectan con nuestro poder interno. Es necesario un buen enraizamiento de los pies, se fortalecen las piernas para crear una base firme, se activan los tres primeros chakra o centros de energía, pues la fuerza de la tierra asciende por las piernas dando firmeza a la postura y activando el plexo. Desde el plexo, la energía se expande en el pecho y se dirige a través de los brazos.
Virabhadrasana I
Desde Tadasana o postura erguida, un pie da un gran paso hacia adelante y se flexiona la rodilla 90º. El pie de detrás se mantiene en el suelo, la pierna extendida, repartiendo el peso en ambos pies. La rodilla de delante se alinea entre el primer y el segundo dedo del pie, las caderas se igualan hacia adelante, tirando un poco la de la pierna de delante hacia atrás. El coxis se orienta hacia el suelo y se extiende la columna vertebral y los brazos hacia arriba, manteniendo los hombros bajos. Si es cómodo para las cervicales, también el mentón se eleva. La postura permite sentir la fuerza ascendiendo por las piernas y concentrándose en un solo rayo hacia arriba a través del eje del cuerpo y los brazos.
Virabhadrasana II
Desde Tadasana, de nuevo un paso hacia adelante, piernas alineadas el talón de delante con el arco del pie de atrás. La pelvis gira quedando orientada entre las piernas, mientras que la rodilla de delante se mantiene sobre el tobillo y creando un ángulo de 90º. Los dos pies se agarran bien al suelo, creando una fuerza hacia el centro. El torso recto, el coxis orientado hacia el suelo y los brazos se extienden hacia los lados con las palmas de las manos hacia abajo. La mirada hacia la mano de delante, tratando de que el torso se mantenga estable en su lugar y los hombros bajos. En esta postura la fuerza de las piernas y caderas asciende y se amplia por los brazos creando un horizonte, se expande el pecho y la respiración y se liberan los músculos de la espalda. En la medida de lo posible, la cara y el abdomen relajados.
Virabhadrasana III
Desde Tadasana o desde alguna de las otras variantes de Virabhadrasana, ahora el peso se va completamente sobre un pie, elevando hacia atrás la otra pierna e inclinando el torso hacia adelante hasta que pierna y torso quedan paralelos al suelo. Las caderas estables y a la misma altura, la espalda recta, y los brazos extendidos hacia adelante (aunque en algunas subvariantes la posición de éstos puede variar). Ambas piernas están activas, y también los glúteos y el abdomen para estabilizar la espalda, una mayor fuerza y equilibrio se requieren en esta postura para extender todo el cuerpo y dirigir la energía hacia adelante. Es recomendable alargar las exhalaciones.
Las tres son posturas que requieren preparación, sobre todo si queremos mantenerlas un tiempo, suelen incluirse dentro de la sesión de yoga después de haber hecho algunas posturas suaves o encadenamientos como Suryanamaskar (saludo al Sol) u otro. Después de realizarlas conviene bajar la energía y calmar el cuerpo con algunas otras posturas más suaves y/o respiraciones conscientes. Las dos primeras son bastante asequibles para principiantes, para la tercera hace falta un poco de práctica, pero siempre podemos ayudarnos de una pared e ir testeando el cuerpo, aproximándonos con cuidado y siempre mejor si es de la mano de un profesor o una persona con experiencia que nos pueda ayudar.
¡Feliz práctica!