“Si prestamos
atención a las voces del sueño, las imágenes, los cuentos –sobre todo, los de
nuestra vida-, nuestro arte, a las personas que nos han precedido y nos
prestamos atención las unas a las otras, algo recibiremos, incluso varios algos que serán ritos psicológicos
personales y nos servirán para consolidar esta fase del proceso.”
Clarissa Pinkola Estés, Mujeres que corren con los lobos
La atención es el mayor regalo que uno puede recibir y el mayor bien que uno tiene para dar. En la capacidad de prestar atención, de dirigir la propia energía, está uno de los mayores poderes del alma y es por eso que, desde tiempos inmemoriales, los mecanismos de represión y dominación social y cultural se han centrado en la dispersión de la atención con el fin de subyugarla. Esto sucede también al nivel individual en el interior de la mente. Cada cual tiene sus mecanismos disuasorios y sus excusas para no prestar atención y, lo más grave, para no prestarse atención. Si cedemos a estos mecanismos, sean propios o inflingidos, podemos vivir mucho tiempo únicamente en el plano “superficial”, el de las velocidades rápidas y los estímulos inmediatos (deseo-aversión) que a menudo arañan la piel del alma provocando sufrimiento.
Sin embargo,
algo llama irremediablemente a la atención y la atrae hacia dentro; cuando
esto sucede uno busca su espacio para hacer la maleta psíquica y emprender el
camino, sea éste el de la práctica del yoga, de la meditación, del arte, de la
investigación, de la devoción u otro.
Cuando la
atención encuentra su objeto aclara todas las dudas y llena nuestro mundo de
sentido.
Empezamos a
prestarnos atención a nosotros mismos y entonces descubrimos las improntas, las voces, las narraciones y
las imágenes que nos constituyen. Algunas proceden de tiempos muy lejanos y nos
llegan desde las generaciones, otras son cuentos, narraciones y mitos
arquetípicos, algunas son el tejido de nuestra infancia y las más cercanas la
caricia de las personas que nos acompañan en el presente. Eso somos nosotros,
eso es el alma cuando se la empieza a descubrir.
En este camino están
la danza de la oración, la danza de
la risa, la del escuchar, la de la medicina del alma, la danza del tiempo, de
la lectura, del intelecto, de la intuición, de la poesía, la danza de la
amistad, del correr y de los saltos, la danza de la pintura, de los paseos y,
quizá la más poderosa de todas, la danza del silencio.
Danzando dejamos
que la atención fluya y se expanda tanto hacia adentro como hacia fuera,
comprendiendo que la danza es la danza y no tiene forma, y que dentro y fuera son
lo mismo.
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